Aún no sé quien soy y aún me cuesta trabajo encontrarme, verbalizar y demostrar. Tal vez será que todo este proceso de autoconstrucción personal dura toda la vida y que las teorías del desarrollo humano son puras mentiras, claramente leí en el libro de Papalia, en la página doscientos ochenta y siete, que terminando la adolescencia el proceso de construcción de la identidad ha terminado y que ya se debe tener una idea del quién somos y qué es lo que queremos en la vida. Veo los tacones de mi hermana durante algunos minutos y me repito en mi cabeza que no soy un puto adolescente, que estos conflictos de identidad deben desaparecer y que mi deber como buen ciudadano es encajar en lo que está socialmente aceptado, así lo he hecho durante veintisiete años y no se había presentado ningún conflicto, nada en absoluto, ni una señal de inconformidad. Me masturbaba en secreto, y eso me mantenía seguro, fingía un gusto por las mujeres, sólo para no quedar mal ante mis amigos. No podía más, era como un remolino de emociones que va y viene, un día me sentía bien con mi cuerpo e identidad, y al otro día era completamente diferente, sentí ganas de ponerme los tacones, esos de color rojo penetrante que mi hermana usa cuando sale a sus citas amorosas, la hacen ver más alta y con un poder que desearía tener, sin olvidar esos vestidos negros pegados a su cuerpo que resaltan sus caderas y sus pechos hasta engrandecerlos al doble o al triple.
Toda la noche no deje de observar los tacones, y mamá no dejo de observarme por la pequeña abertura que atraviesa la puerta, mamá cree que no me doy cuenta que me vigila, pero siempre observo mover sus pequeños pies por la luz que entra por debajo de la puerta, y bueno, por su ojo que me observa constantemente hasta que me quedo dormido. Esa noche robé los tacones, pero los puse lejos de mí para evitar tentaciones. El ojo mirándome, la luz por debajo, los tacones estáticos, la cuerda columpiándose y mis pensamientos iban y venían trayéndome imágenes diversas de cómo debía afrontar mi identidad. Maldecía mi adolescencia y al libro de Papalia, por qué lo humano no puede ser exacto y cumplir las reglas de la biología, por qué no únicamente venimos al mundo, comemos, dormimos, nos reproducimos y nos morimos, al fin de cuentas es lo que quiere toda especie, no extinguirse, pero no, para nosotros es diferente, al parecer hemos retado a la biología, concepto que también lo hemos asignado nosotros, y ahora nos hacemos preguntas estúpidas acerca de nosotros mismos y nuestra identidad.
Me puse los tacones, el ojo de mi madre se puso sobre la abertura sin parpadear una sola vez. Me tambaleé en los primeros pasos, pero me sostenía la vaga idea del ciudadano ejemplar y de la biología. Pude llegar a la silla, parecía un venadito recién parido o como si m e hubieran dado la cogida de mi vida. Caminé por alrededor de una hora para agarrar equilibrio, el ojo había desaparecido, los pequeños pies ya no caminaban, mamá se dio por vencida o tal vez se quedó dormida, ella se despierta a las cinco de la mañana para ir a trabajar, lleva más de quince años trabajando, cómo ha podido aguantar tanto. Aproveché su ausencia y subí a la silla lo más rápido que pude antes de que volviera aparecer el ojo, amarré la cuerda en mi cuello, salté de la silla y el tacón llego al piso, maldita sea, ni suicidarme me sale bien. Mamá entró al cuarto, me quitó los tacones. -Te, extrañaré, hijo, buen viaje. Traía una escoba en la mano, no se había quedado dormida, ya no podía hablar, ni decirle que la amo, sus ojos no dejaba de parpadear y logré ver que escurría una lágrima sobre su rostro, mi cuello estaba tan apretado por la cuerda que ni respirar podía. -Yo me encargaré de limpiar tu cuarto, dijo mi madre -seguido de un beso en la mejilla.
Esta obra de Sector Nostalgia está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
0 Comentarios