¿Qué miramos cuando miramos en el teatro?: Emanuel Anguiano

IV Mensaje Norestense del Día Mundial del Teatro
Emanuel Anguiano con actrices de "Calígula",
de Albert Camus:
Tere Medellín, Morena González, Liliana Cruz y Rosy Rojas.
Nuevo León.

Hace 80 mil años, un hombre contempla absorto un incendio. Un testigo mudo. Un testigo estúpido, piensa el resto de su clan, el resto que huye del incendio, que busca refugio mientras este hombre se queda callado mirando el fuego. Sus pupilas llenas de curiosidad reflejan ese espectáculo crepitante, efímero, que va devorando todo a su paso. Y en ese instante de duda y asombro, nace el primer espectador.

(Spek, 2015) 

¿Qué miramos cuando miramos? 

El teatro, según su etimología, se define como aquel lugar donde se mira. El lugar al que uno asiste a mirar. En primera instancia, pensaríamos que esto hace referencia al lugar del público. La sala. Las butacas. Sin embargo, dado que la mirada del espectador jamás será neutra, y dado que no sólo el espectador especta dentro del teatro (sino también los actores, los creativos, los técnicos, los acomodadores), definir dicho concepto se vuelve un tanto complicado. 

¿Qué miramos cuando miramos en el teatro?

¿Por qué mirar?

¿Para qué ir al teatro? 

¿Por qué el teatro? 

Esta pregunta se ha enraizado en mi pensamiento desde hace tantos años que desconozco el momento en que empecé a indagar en esta búsqueda de sentido. Habrá sido poco después de mi flechazo inicial con la dramaturgia y la dirección escénica. Quizás en mi infancia, en la mirada de aquel niño que descubrió por primera vez el enorme gozo de participar como actor en una puesta en escena. Después de todo, creo que la pregunta es importante. Me atañe como creador. Porque me asumo como creador. Hacedor de teatro. 

¿Pero por qué el teatro?

¿Por qué no otra cosa? 

Pienso que el teatro es vital para la experiencia humana.

Repito.

Pienso que el teatro es fundamental para la experiencia humana.

El teatro es un espejo de la vida. 

En mis muy particulares apreciaciones del quehacer escénico, me queda claro que el teatro se articula a través de mecanismos de empatía. Es un ejercicio constante de observación e imitación por parte de actores y espectadores, una decodificación constante de símbolos, referentes y metáforas, un proceso neurológico constante que a través de impulsos electroquímicos nos invita a descifrar qué estamos mirando en escena, por qué miramos lo que miramos y de qué manera nos relacionamos con ello. 

Gracias en gran parte a su vasto potencial ético y estético, el teatro se ha convertido en un puente que nos conduce afectuosamente hacia otros horizontes, otras mentes, otras formas de habitar y repensar el mundo desde lo extraordinario, lo invisible, lo cotidiano y lo infinito. El teatro es ese vehículo de portentos que nos permite conocer y desconocer al otro. Conocer y desconocernos a nosotros mismos. Reconfigurarnos en un mar turbulento de ideas, convicciones y meditaciones sobre la realidad. 

El teatro es pensamiento y el pensamiento sucede siempre a la acción. Sí. En ese orden. No pensamos y luego existimos. Existimos y luego pensamos en qué significó existir. Justificamos la biología y el impulso axiomático de nuestro instinto con la construcción -a posteriori- de una historia de vida. 

Escribimos.

No literalmente, pero vivir implica diseñar nuestro propio relato y nuestro propio lugar dentro de ese relato, autoproclamándonos protagonistas de una puesta en escena viva e incesante. Acción. Reacción. Estímulo. Catarsis. 

Y si somos los narradores de nuestra propia historia, entonces, me gusta pensar que el teatro, como laboratorio de ideas, como campo neutral (y neural) de batalla donde los pensamientos se ponen a prueba, se vuelve un medio fértil para expresar los deseos más recónditos del alma, en tanto que el teatro es capaz de expresar lo inexpresable. 

Deseamos lo imposible.

Perseguimos la luna. 

En este mundo que vivimos donde los modelos de producción se han vuelto cada vez más complacientes y efímeros, pienso que la gratificación inmediata de los medios habituales de consumo nos aletarga y homogeneiza. Degrada nuestro espíritu en una imposición de recatada normalidad. El teatro nos da la posibilidad de disentir, de provocar, de cuestionar y mantener un diálogo plural sobre los temas, acontecimientos y accidentes del día a día. Y en ese sentido, celebro que las posibilidades del teatro sean tan diversas como la vida misma. 

Porque el teatro es como la vida misma. 

Afirma el filósofo neokantiano Ernst Cassirer que el ser humano es un animal simbólico. Todo lo que conocemos del mundo es a través del signo, a través de un ejercicio de representación. El teatro es vital para la experiencia humana porque alude, indirectamente, a nuestra misma forma de interpretar el mundo. A través de los signos. A través de dar sentido a la arbitrariedad de la vida, de ordenar y clasificar nuestro pensamiento en pulsiones de significado. 

El teatro es necesario porque se expresa en el lenguaje de lo humano.

El teatro es necesario porque devela lo invisible de las cosas.

El teatro es necesario porque destruye la necesidad de destruir.

El teatro es necesario porque une, porque abraza, porque consuela, porque horroriza, porque sacude, porque despierta, porque en esencia, nos remite al espíritu prehistórico de aquellos hombres de las cavernas que un buen día, de repente, de buenas a primeras, decidieron dejar de andar por la vida solitarios y errantes, y se detuvieron a mirar el incendio, con miedo y asombro, y empezaron a contar su historia social. La historia de la tribu, la historia del ritual, la historia de la hazaña plasmada sobre la pared de una cueva, la historia del relato oral transmitido de generación en generación. La historia de nuestra vida narrada y compartida. La historia de todos nosotros. 

El teatro es oxígeno.

El teatro es ese suero vital que impide que la llama de la curiosidad se extinga. 

Me disculpo por el desorden de estos pensamientos, pero pienso que ésa es una de las razones de ser del teatro en primer lugar. El teatro es capaz de retratar la totalidad de la experiencia humana, a pesar de su complejidad e inconsistencias. 

En este Día Mundial del Teatro, celebro jubilosamente que el teatro exista. Que perdure a pesar del tiempo, a pesar de la norma y de las etiquetas. Y ante la pregunta inicial de este ensayo de pensamiento, ante la inquietud que detonó todo este caudal de impresiones, solo puedo decir: 

¿Qué miramos cuando miramos el Teatro? 

La verdad no puedo dar una respuesta concreta.

Tengo algunas ideas, algunas apreciaciones, pero dudo poder llegar a estar seguro de algo. Pero eso es lo bello del teatro. El teatro nunca es complaciente. Lo sé. 

El teatro no da respuestas a nada.

El teatro significa.

Si acaso, nos grita a todo pulmón más preguntas, ante nuestra incomodidad y ante nuestra insistencia. 

Preguntas necesarias.

Pulsiones de vida.

 

Emanuel Anguiano

2024

Director y dramaturgo de Nuevo León, México

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