Microrrelatos. Por Tadeo de León.

 

El ánima del deseo.

Y en la oscuridad de la noche se armó de valor para entrar al templo. Era hermoso. Sus paredes eran casi completamente de oro. Había un camino de crisantemos y al final una mujer esperando, en lo que parecía un altar. Quedó embriagado por su belleza. Se acercó a ella como si fuese un imán y la besó. Mientras, las parietarias comenzaron a brotar en las paredes convirtiendo todo en ruinas. Ya no había paredes de oro, ni crisantemos, ni mujer alguna. Solo el cuerpo sin vida, de un hombre hechizado por una mujer divina.

Una escena del crimen.

La oscuridad de la noche y el silencio hacían sentir todo aún más misterioso. A paso lento, el policía, avanzaba entre la maleza con la pistola en mano. Había pisadas en el lodo.

Encontró una cabaña y al abrir la puerta, rechinó. La luz de la luna que se colaba por la puerta abierta alumbraba en la escena: un cuerpo en el suelo, sin vida, desfigurado y bañado en sangre.

Un hombre de sombrero salió de la oscuridad, también con pistola en mano. Ambos se apuntaron con las pistolas, pero solo uno disparó a tiempo. La bala dio en el blanco y el cuerpo cayó inerte.

Hubo una vez un caballero…

Galopaba un joven caballero con la espada desenvainada en mano. El caballo saltaba los troncos del suelo y esquivaba las ramas. El sol estaba en todo su esplendor y los pajarillos cantaban. En el bosque había paz, pero el interior del joven caballero estaba hecho un torbellino. ¿Huía? ¿Perseguía? Nadie lo sabía.

La banca.

Todas las personas creen saber escuchar, ciertamente solo unos cuantos lo hacen, el resto solo oye.

Todas las personas creen saber observar, ciertamente solo unos cuantos lo hacen, el resto solo ve.

Había una vez una banca que escuchaba, pero no podía hablar. Un testigo valioso obligado a callar, víctima de su destino.

¡Cuanta cosa había escuchado!

¡Ay, si ella pudiera hablar!



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