Cuento trans para mujeres trans. Por Alfonso Castro.


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Me llamo Matilda, no soy aquella niña con poderes mágicos, pero claro que me encantaría serlo, imagínense poder hacer que las cosas se muevan a tu voluntad, podría hacer y deshacer lo que quisiera, pero creo que el verdadero poder de Matilda está en que es una niña encantadora, la verdad a mí me gustaría controlar la mente de las personas para que me dejen de verme extraño, las miradas son incomodas y sobre todo los prejuicios. En realidad, no me llamo Matilda, ósea sí, pero es el nombre que yo elegí, el que eligieron mis padres preferiría omitirlo, es un nombre feo que con solo mencionarlo se me pone la piel chinita, además me recuerda a mi abuelo. En cambio, Matilda es un nombre imborrable, no conozco a ninguna niña con ese nombre, excepto a la de la película, no es muy común que se escuche entre los gritos de la colonia o nunca he escuchado a una madre que le grite a su hija - Matilda, la cena está lista. Los nombres de las niñas del lugar en donde vivo son María, Susana, Isabel, Ana, Victoria y uno que otro nombre gringo que ni sé cómo se pronuncia, Matilda no es muy mexicano que digamos, pero tiene mucha presencia. Estoy aquí para hablarles de mi madre, su nombre es Victoria. Cuando le confesé acerca de mi nuevo nombre hecho un grito al cielo, ella tiene sesenta años, es una mujer de estatura baja, color de piel blanca, pelo corto y se viste como señora adinerada, aunque no tengamos mucho dinero, le gusta que la vean, le gusta llamar la atención de los vecinos y que digan o la recuerden como la gran señora Vicky. La religión siempre la ha acompañado y en mi niñez me inculcó todos esos valores católicos que caracterizan a los habitantes de Casa Blanca, recuerdo que me mandaba con la señora Doña Marí, era la que se encargaba de difundir el catecismos a todes los niñes de la colonia, era una señora gruñona, me daba miedo, pero cuando difundía la palabra de Dios se transformaba en una santa y el miedo desaparecía, me preguntó qué dirá acerca de mi nuevo nombre, supongo que ella también echaría un grito al cielo, pobre, terminó yéndose de la ciudad por el fallecimiento de su única hija, regresó a piedras negras con sus nietos que ahora se hacen cargo de ella, ya ni podía caminar la anciana. La primera vez que supe que tenía un nombre que no era el mío fue cuando vi a mi hermana desnuda, tiene un pelo largo y negro que le llega hasta las nalgas, su cuerpo es robusto, se considera como una gordibuena, su aroma es de lo más delicado, al igual que mi madre siempre le gusta estar bella, nos han dicho que nos parecemos mucho, que somos casi como gemelas, pero ella sí es bonita, bueno, yo también lo soy, pero a mi manera, aunque muchos no lo vean y digan lo contrario. Cada que estoy frente a un espejo le preguntó: - espejito, espejito ¿quién es la más bonita de Casa Blanca? El espejo no responde, supongo que no lo hace por miedo a que lo rompa, porque estoy segure que su respuesta sería que yo no, me vale, con los cariños y halagos de mi perro me bastan, cada que llego del trabajo escucho su tierno ladrido: - ¿Dónde está mi niña preciosa? Y salgo a abrazarlo. Comencé a ponerme tacones y vestidos, a pintarme los labios, las uñas, ponerme una ligera base de maquillaje en la cara y delinearme las cejas, me afeité la barba y el bigote y al final me pinté un pequeño lunar en la parte superior del labio, me veía en el espejo y sentía que realmente era yo, aunque era idéntica a mi hermana Yolanda, pero no me atrevía a cruzar la puerta de mi habitación, estaba encerrada como Gregorio Samsa en aquella novela que escribió Kafka, estaba en mi metamorfosis. La puerta sonó y rápidamente comencé a desvestirme, era mamá diciéndome que la cena estaba lista, tardé algunos minutos en salir por quitarme el maquillaje, esa fue la primera vez que me vestí y ya no dejé de hacerlo. La cena ya se había enfriado. Me sentía ajeno a mi cuerpo, el cuerpo comunica, pero el mío lo odiaba, así que comencé a tomar hormonas, quería ser otre, quería escapar de este cuerpo que no es mío y arrancarme los huevos que me cuelgan que no corresponde a lo que realmente siento. Cuando comenzaron los cambios mi madre me corrió de la casa, supongo que ya era muy notorio, me dijo que le avergonzaba la idea de tener otra hija, que su única hija era Yolanda y que yo ya no existía para ella, no tuve otra opción que aceptar que mi metamorfosis sería afuera de mi habitación, lo había planeado como la novela de Kafka, hasta que estuviera lista la cucaracha me verían. Con los cambios de mi cuerpo también vinieron los cambios sociales, era difícil encontrar trabajo y tener una vivienda y vida digna, tuve que recurrir a la prostitución, tenía que comer y pagar el cuartucho que alquilé para vivir de por mientras, ese por mientras se convirtió en mi hogar, en mi lugar de trabajo y en mí habitación en donde estaba surgiendo la transformación, sería Gregoria Samsa. Mis hermanas me hacían mucha compañía, me ayudaron a adornar mi cuartito, quisiera que Yolanda estuviera aquí y viera mi transformación, quería que se sorprendiera del gran parecido que tenemos, sé que ella me ignoró por conservar los privilegios que le daba mamá al vivir en su casa, lo entiendo y no le guardo rencor, porque entre mujeres debemos apoyarnos, aunque ella me dijera que yo nunca iba a poder ser una mujer verdadera, una mujer biológica. Hablando de biología a los clientes que tengo les encanta mi anatomía, me la piden a gritos y se ponen en cuatro patas que se las meta, claro que yo no se las niego, al fin de cuentas es mi trabajo. Los hombres heterosexuales tienen fetiches muy extraños, también debemos de tener mucho cuidado porque después del sexo viene el arrepentimiento y a veces se ponen muy violentos. Armando fue el que me piso, me encontraba fumándome un cigarro, un poco desesperada por que no había agarrado a ningún cliente, taconeaba para allá y para acá, de repente se escuchó un: - ¿Cuánto cobras? – 500 el servicio completo y 300 las puras mamadas. – Y si quiero que me la metas. – Podemos agregar unos 200 pesos más. Desde un principio me percaté que algo no estaba bien, comenzó a desvestirme de una manera muy brusca, tomó mi cabeza y con un forcejeo me la puso entre sus piernas, comencé a chupar, pero él comenzó a jalar mi cabeza con una rapidez que sentía que me ahogaba, pensé en detener, pero no había agarrado a un cliente en todo el día, así que me tenía que aguantar, le dije que se esperara y que se tranquilizara, su respuesta fue: – no seas exigente puta, deberías estar agradecida porque alguien te está cogiendo. Fue algo gracioso porque realmente era yo la que me lo estaba cogiendo y creo que ahí fue el error, porque a ellos no les gusta que les digan que son tremendos maricones. – Sí yo te estoy cogiendo papito –Se safo de mis brazos, se puso en dos patas y me metió un puñetazo, fue cuando intenté gritarles a mis hermanas, pero el muy desgraciado me tapó la boca, me acostó en la cama y comenzó a apretar mi cuello repitiendo varias veces: –Yo no soy maricón –El muy desgraciado que me mató se encargó de no dejar ningún rastro, a nadie le importamos, mientras más rápido se deshagan de nosotros mejor. Fingen buscarnos, fingen que somos ciudadanas y que le importamos a la autoridad. Ahora pertenezco a las estadísticas, por fin se deshicieron de la cucaracha, ahora mi madre y mi hermana me buscan, buscan mi cuerpo porque quieren enterrarme, ahora sí me reconocen, ahora sí aceptan que soy Matilda, supongo que les pesa la conciencia por su religión, pero no me importa, lo único que quería era que mi madre me reconociera como su hija, y ya lo hizo, me pueden aplastar en paz.

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