SHAKESPEARE Y MI AMIGO FALSTAFF. Por Rubí Rivera.

  La noche en que me encontraba leyendo “Antonio y Cleopatra” imaginaba a Shakespeare estudiando la historia y observando en el presente, entre los otros, fragmentos de Antonio, de Cleopatra, de Pompeyo, de Octavia… de aquellos seres lejanos a su tiempo pero que, en el fondo de su ser han reído, se han angustiado, han soñado, han amado apasionadamente, han perdido la esperanza, han tenido que elegir entre la vida de otro y la propia, han conspirado, humillado, alabado, traicionado, etc.., tal cual lo hacían sus semejantes a finales del siglo XVI e inicios del XVII y tal cual lo seguimos haciendo en el año 2020.

   Y en fin, mientras la raza humana habite este planeta, alguno estará viviendo algo que se ha escrito. Tuve la sensación de que ser artista, como él lo fue, fuera una labor de tiempo completo y a la que le competen todos los tiempos. Shakespeare se ocupó tanto del pasado como de su presente y, tal vez sin saberlo, del futuro al heredarnos textos que serán llevados más allá de la escena y que no solo le han competido al teatro, sino que, de los cuales, han surgido a la vez estudios, teorías, novelas, películas, libros, las palabras que escribo en este mismo instante…Él nos hereda sus palabras las cuales han leído seres humanos de distintas nacionalidades, edades, creencias, con distintos estilos de vida y rangos sociales.

   Al iniciar el Seminario de Shakespeare impartido por la maestra Coral Aguirre de junio a septiembre de 2020, no sabía que me enfrentaba a un artista así de complejo, en realidad solo tenía la certeza de que por más que leyera y releyera sus obras no significaba que las hubiera entendido por completo (cómo si sólo bastara eso para asegurarse que uno ha estudiado a Shakespeare).

   Y efectivamente, en la primera sesión, poco importaba cuantas veces había yo leído Hamlet si poco me había ocupado de saber quién era la Reina Isabel I, o cómo era la estructura arquitectónica de los teatros de la época, quiénes habían sido los Lancaster, los York, Montaigne, Maquiavelo, etc… no como datos que se aprenden de memoria y se almacenan, sino que se ven reflejados en las palabras de Shakespeare y que se enriquecían con los puntos de vista de mis compañeros.

   No tengo pretensión alguna en ponerme al nivel de aquel hombre nacido en Sratford-upon-Avon hace ya 5 siglos, pero me gusta pensar que él, igualmente se enriquecía de sus estudios y de la vida misma, sin embargo, no todos hemos tenido la capacidad de reflejar las facetas más oscuras como lo más sublimes del ser humano.

   A pesar de que me es difícil no desear extenderme sobre cada uno de los textos abordados en el Seminario debido a que me rebelan fragmentos de humanidad, despiertan mi capacidad de asombro y han trascendido en mí, debo admitir que es una tarea que requeriría de una mayor preparación de mi parte.

   Aunque por el momento Romeo y Julieta me enseñan a amar algo apasionadamente hasta el punto de romper el estado de cosas; Hamlet me haga poner en duda lo establecido, la ley y la costumbre; Macbeth me muestre la capacidad que tiene el ser humano de ser corrompido por sus anhelos más ocultos cuando se le presenta la oportunidad; aunque haya visto a Ricardo III con su deseo de destruir aquello de lo que carece como la belleza y el amor de cualquier criatura viviente, terminar su vida implorando por un caballo; haya visto a Antonio y Cleopatra elegir entre su honor y la vida; me haya sentido cómplice de Rosalinda y Celia que fingen ser del sexo opuesto para autoexiliarse en el bosque de Arden como rebelión contra el Duque usurpador en A vuestro gusto y haya sido testigo de los enredos y deseos manifestados al caer la noche entre amantes, hadas, seres fantásticos y un grupo de actores aficionados que desea montar una puesta en escena en Sueño de una noche de verano.

   Con quien he decidido establecer una relación más íntima a través de este medio es con Falstaff. Al pensar en un hombre obeso de edad avanzada que disfruta de embriagarse, de la compañía de estafadores, prostitutas y que pertenece al vulgo sería a la última persona que podríamos visualizar siendo amigo y compañero de aventuras de alguien que pertenece a la realeza como el príncipe Enrique (Henry).

   Sin embargo, Shakespeare no sólo lo imaginó, sino que lo hizo posible. No sabemos realmente el cómo, cuándo, dónde o por qué se establece esta relación, lo cual tampoco es necesario para disfrutar de sus encuentros. Lo que sabemos es que hay un heredero al trono del que su padre, el Rey Enrique IV, se avergüenza por su comportamiento, hábitos y compañías por no ser dignos de la Corte, y un Falstaff que, por el contrario, tiene solo el amor más noble para Henry: el de la amistad.

   Una amistad a la que, de cierto modo, el príncipe Henry corresponde poniéndose al nivel de Sir. John Falstaff y disfruta de jugarle bromas que demuestran el nivel de confianza entre ellos y a las que el viejo gordo reacciona valiéndose de su humor e ingenio para dar vuelta a los acontecimientos y colocarse como el más valiente de los caballeros, lo que genera en el príncipe la mayor de las simpatías, aunque, en el fondo se cuestiona si debería entregar su corazón demasiado ya que llegará el momento en que tendrá que asumir su destino como heredero al trono de Inglaterra.

   El momento más íntimo y decisivo de su amistad se presenta en la taberna de “Mistress Quickly” donde deciden ensayar el momento en que el príncipe se enfrentará a su padre (que ha recibido noticias de una conspiración en su contra) y sabe que le juzgará severamente por su estilo de vida. Usando un cojín como corona, una daga como cetro y una silla como trono, Falstaff asume por unos instantes el rol de padre del príncipe, el “Rey” de Inglaterra le reprocha al príncipe Henry el andar entre compañías que le manchan como la brea, con excepción de la compañía de un hombre corpulento y virtuoso de nombre Falstaff. Henry decide intercambiar papeles en este juego y hacer el papel del Rey mientras Falstaff hace el papel del príncipe. Con los nuevos roles asignados, el “Rey” (Henry) le reprocha a “Henry” (Falstaff) el andar en compañía de un “demonio en forma de viejo gordo, un perverso corruptor de jóvenes” de nombre Falstaff, a lo que “Henry” (Falstaff) le suplica a su padre que no le destierre de la compañía del dulce, amable, valiente y leal Falstaff ya que sería como desterrar a la humanidad entera.

   Una escena como ésa, donde mediante el juego (“to play” en inglés, siendo el término utilizado para referirse a cuando un actor “actúa” o “interpreta”) se rebela el inconsciente de los personajes que sale a la luz a través de la simulación. Es, además, característica de la grandeza de Shakespeare que, como experto en su arte, suele hacer que sus personajes hagan uso de situaciones imaginarias para jugarse la vida. Por ejemplo, la escena de Hamlet donde Polonio propone que su hija Ofelia simule estar leyendo un libro para tener un encuentro, aparentemente casual, con el joven Hamlet mientras él y Claudio escuchan a escondidas o cuando el mismo Hamlet hace que una compañía de actores realicen una escena sobre la verdadera causa de la muerte de su padre solo para ver la reacción del sospechoso asesino, su tío Claudio. O cuando Lady Macbeth le propone a su esposo “para engañar al mundo, parécete al mundo, lleva la bienvenida en los ojos, las manos y la lengua. Parécete a la cándida flor, pero sé la serpiente que hay debajo” (1) y de esa forma librar de toda sospecha por el asesinato de Duncan a Macbeth.

   Tras el encuentro con su verdadero padre, el príncipe Henry decide que participará en la “Batalla de Shrewsbury”, en donde no sólo está en juego el trono del Rey Enrique IV, sino su propio honor debido a que debe enfrentarse a quien es considerado como el más ejemplar de los nobles militantes, su contraparte Henry “Hotspur” Percy, debe enfrentarse al Enrique ejemplar, mientras él es el Enrique subestimado.

   Falstaff, que sabe de la importancia de esto para el príncipe, nos demuestra su profunda lealtad hacia su amigo al combatir, a su manera, dentro y fuera del campo de batalla. Reclutando una tropa de los más torpes e indecentes caballeros posibles (prácticamente una tropa de vagabundos, criminales, viciosos o cualquiera que sea menospreciado por la sociedad). Pero también nos demuestra su profunda sabiduría al elegir su vida antes que realmente enfrentarse cuerpo a cuerpo en la batalla.

   En la sesión del Seminario correspondiente a la lectura de “Enrique IV”, recuerdo que, al comentar nuestras impresiones sobre Falstaff, algunos de mis compañeros mencionaban que ellos habían reído mucho con él, se comentaba sobre su ingenio, astucia, la capacidad que había tenido para hacer que lo amaramos a pesar de sus canalladas e imprudencia y se comentaba sobre los Falstaff que habíamos conocido en nuestras vidas, etc… Entonces recordé efectivamente haber reído con él, pero también, haber llorado con él.

   En el lecho de muerte del Rey Enrique IV, el príncipe enfrenta el momento en que debe asumir su destino y transformarse en el Rey Enrique V. Al recibir la noticia de que Henry es ahora el nuevo Rey de Inglaterra, Falstaff, con un pecho hinchado de orgullo, un corazón desbordado de alegría y con todo su sobrepeso, solo puede dirigirse lo más rápido posible al encuentro de su amigo con el único anhelo de verle y compartir ese momento juntos.

“… Pero no importa; esta pobre apariencia

conviene más… le hará ver el calor de mi afecto…mi devoción…

Y que he venido a colocarme aquí maculado aún por el viaje,

sudando del deseo de verle, no pensando en otra cosa, olvidando todo otro

asunto, como si no tuviera otra cosa que hacer en el mundo, sino verle”.

   Pero su único encuentro es con lo que sean quizás las palabras que más hayan herido a alguien en los textos de Shakespeare: “No te conozco”. El príncipe deja claro a Falstaff que ya no existe porque ahora se ha convertido en el Rey Enrique V, que ha despertado del sueño (2) y solo espera que su antiguo compañero “enderece su camino” para proporcionarle algún empleo, algún rol en la sociedad que ahora gobierna, algún lugar en su nuevo mundo.

   Pero Falstaff no quiere despertar del sueño, Falstaff solo quiere al príncipe de su corazón y, en uno de los actos de mayor nobleza, decide tratar de convencerse a sí mismo que su amigo solo ha actuado así al estar ante la vista del público y le llamará para verse en privado. Decide continuar viviendo en el sueño de una amistad verdadera y eterna que no es capaz de traicionar aún en el último instante de su vida.

   Inevitablemente debo decir adiós al Seminario, sin embargo, tal vez yo tampoco quiera despertar del sueño y no pienso decir adiós a la grandeza de Shakespeare ni pienso decir adiós a mi amigo Falstaff.

 





1. “Macbeth”, William Shakespeare. Acto I, Escena V.
2.“Soñé con tal hombre mucho tiempo, tan hinchado, tan viejo y malhablado, mas, ya despierto, el sueño me repugna” (Enrique IV parte II, William Shakespeare.Acto V, Escena V)


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