Psicoafectividad y alteridad en el aula: el camino a la educación integral. Por: Celeste Juárez.


Lo cognitivo colmó los espacios del aula mientras que el pupitre de los 

aspectos sociales y emocionales quedó vacío”.

Óscar Misle y Fernando Pereira 

Cuando las aulas dejan de ser jaulas (2014) 

Por: Celeste Juárez.
 

A la luz de la adversidad podemos ver todas aquellas áreas en las que ha fallado nuestro sistema educativo y una de ellas es el insuficiente abordaje integral que se hace del alumno. En nuestra condición de sociedad posmoderna que acentúa el individualismo, la competencia y la apatía, tenemos que considerar a la educación como respuesta y como proyecto en el cual debemos trabajar.

  Los fines de la educación le han dado mucho peso a los aspectos cognitivos e intelectuales dejando de lado las vertientes social y emocional, ignorando el impacto que éstas tienen en el desarrollo de los individuos. Se nos olvida que trabajamos con seres humanos y que, como tal, precisamos el reconocimiento de nuestras diferencias y de la importancia que tienen las emociones y nuestras relaciones e interacciones con el otro en nuestra vida.

  La psicoafectividad, como desarrollo personal del alumno, involucra la consideración de sus emociones, sus actitudes y sus motivaciones como algo relevante dentro de su proceso de enseñanza-aprendizaje. La escuela es el lugar donde los estudiantes pasan un tiempo considerable y por ende, tiene muchísima relevancia formar vínculos entre quienes están dentro del aula y que, como profesores tengamos la disposición de abrir espacios de diálogo, de reflexión y de desarrollo creativo y libre, donde nuestros alumnos tengan la posibilidad de ser ellos mismos, de sentirse autorrealizados¹ y en consecuencia, lograr se genere un ambiente de alteridad, colaboración y empatía, y que se incorpore a la cultura académica, a la idiosincrasia de todas y todos.

   Cada uno de nosotros tiene fortalezas y debilidades, tenemos una historia, sueños, preocupaciones y metas, y, sólo reconociendo estos factores podremos brindar una enseñanza integral y generar a partir de ello un aprendizaje significativo. En este sentido, escucharlos y verlos como personas con particularidades y características únicas no significa obligatoriamente conocer de memoria la vida del otro, es simplemente saber de antemano que cada uno se compone de sus propios eventos, que tiene su propia perspectiva y que, por el simple hecho de existir, merece respeto y comprensión. Debemos propiciar espacios donde nuestros niños y jóvenes se sientan reconocidos por lo que son, por lo que tienen que aportar de la manera que pueden hacerlo.

   Socialmente, podemos observar una exigencia por el aprendizaje rápido, constante y permanente únicamente en función de lo que necesita el aparato económico. Estamos inmersos en esa idea de que la educación tiene tan solo esta finalidad tan limitada, y nos cegamos ante la oportunidad de enseñar a nuestros alumnos a ser humanos. Para alcanzar este objetivo dual -adquirir conocimientos y educar en lo humano-, el que enseña tiene que hacerlo a través del ejemplo diario, de su capacidad de amor y diálogo con sus alumnos. ² ¿Qué enseña el educador si no es con sus mismos actos? ¿Si no vive lo que enseña? No podríamos ver separada su tarea y ejercicio profesional de lo que él es y lo que siente, de su autenticidad.

   Lo fundamental para construir este tipo de educación es que, dentro del aula, nuestros alumnos desarrollen su potencial personal y social que le permitan enfrentarse a la vida. El aula que queremos estará llena de contribuciones diversas, autónomas y solidarias. En pocas palabras: una educación integral debe garantizar que el individuo se desarrolle en sus dimensiones intelectual, emocional e interpersonal, brindándole todas las herramientas que le permitan concebirse en el mundo con los otros que le rodean. Si como docentes logramos englobar todo eso y llevarlo a las aulas, estaremos dando pasos agigantados en la formación de personas capaces, no solo de llevar a cabo las actividades académicas establecidas, sino de ser personas con sentido humano, resilientes, auto conscientes, capaces de ver más allá de lo explícito.

   Soltemos lo mecánico, abracemos la libertad y la creatividad que abunda en cada uno de nosotros. Se requiere con urgencia pasar del discurso a la acción, buscar enérgicamente una educación más humana, más involucrada con los estudiantes y su idiosincrasia como un punto de referencia para crear currículos flexibles y multidimensionales porque estoy segura de que sólo así los orientaremos a convertirse en la mejor versión de ellos mismos.


Referencias:
1. Ángeles, O. (2003). Teoría Humanista. Enfoques y modelos educativos centrados en el aprendizaje. Documento 1. P. 33-37.
Espot, M. y Nubiola, J. (2019) Los alumnos. Alma de profesor: La mejor profesión del mundo. Editorial Desclée. P. 44-46



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