Cronos literario: Carlos Pellicer, una poesía vivida hasta el último aliento. Por: Aarón Coré.


Que se cierre esa puerta

que no me deja estar a solas con tus besos.

Que se cierre esa puerta

por donde campos, sol y rosa quieren vernos.

Carlos Pellicer.

 

 La escena ocurre en 1920, dos hombres entran al patio de una vecindad. Reina el silencio. Las puertas y ventanas están cerradas. Los hombres tienen la certeza de que los habitantes están escondidos detrás de los muros. ¿Cómo descubrirlos? ¿Cómo conseguir que salgan? Uno de los hombres que lleva puesto su sombrero y gafas negras, comienza a prestar especial atención a los detalles del espacio. Camina a paso lento, observa  y respira con calma. Se detiene frente a unas macetas. Toca las flores y las hojas verdes. Presta atención a la tierra que tiene partes que han sido humedecidas por gotas de agua.

   El poeta ha retornado a su infancia. Revive la imagen de su madre barriendo un patio donde él jugaba de niño. La mujer está regando la tierra y continúa barriendo. También, rememora el momento en que escribía el primer nocturno a su madre, quizá hace unos meses o hace años. Con eso es suficiente para regresar al espacio. Se quita las gafas negras. Ha descubierto el montaje y los ha atrapado. El poeta eleva su voz a lo alto: “¡Y bien! ¿Qué nadie vive aquí? Entonces, ¿quién riega las macetas? ¿Quién lava los corredores? ¿Quién barre el patio?".

   Leí una anécdota de Daniel Cosío Villegas y así imaginé la escena anterior. Era el tiempo en que José Vasconcelos emprendió una gran misión sobre la alfabetización en México. Cosío describe que Pellicer era de fuerte carácter y, además, cuando las personas lo escuchaban recitar sus versos y era cuando se suscitaba una gran aproximación entre ellos.
 El poeta estaba logrando el cometido nacional, pero más allá de eso, estaba compartiendo los versos como invitación a que descubrieran una de las grandes maravillas de la vida: aprender a leer, a escribir e incluso la de llegar a seguir sus pasos. Podían inspirarse en él y aprender de la misma forma en que le habían enseñado.

   Carlos Pellicer nació el 16 de enero de 1987, en San Juan Bautista, así se llamaba al principio Villahermosa, la capital de Tabasco. Su padre fue farmacéutico, se llamaba Carlos Pellicer Marchena, en cuanto a su madre, fue la que influyó en su vocación de maestro y de convertirse en un hombre de letras al leerle  los versos de grandes poetas.

   Pero, también le enseñó a tener conciencia sobre lo ético, al mostrarle el interés por el bien común o amor al prójimo. Ella lo tenía claro: ¿de qué nos sirve todo el conocimiento si no hay interés por lo que es humano? En Nocturno a mi madre, él le otorga el reconocimiento y le coloca el nombre y apellido:

Cuando me enseñó a leer me enseñó también a decir versos,
y por ese tiempo me llevó por primera vez al mar.
Cuando la pobreza se ha quedado a vivir en nuestra casa,
mi madre le ha hecho honores de princesa real.
Doña Deifilia Cámara de Pellicer
es tan ingeniosa y enérgica y alegre como la tierra tropical.

   Su padre se enlistó en el ejército constitucionalista en 1909, antes de los grandes eventos revolucionarios que sucederían en México . De manera que él y su madre emigraron a otro estado cercano. Ahí, la mamá se las arregló para sobrevivir. Hacía dulces, su hijo los vendía y a la vez doña Delfilia no dejaba de enseñar a su hijo. Pasó el tiempo y la familia viajó a la Ciudad de México. Carlos continuó sus estudios e ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria y sus dotes como pensador se fueron haciendo cada vez más evidentes. Así que se fue relacionando con personajes que le abrirán las puertas a la promotoría cultural.

   Fue cofundador de una revista titulada San-Ev-Ank en 1918 y en ese mismo año colaboró en el Segundo Ateneo de la Juventud. De 1918 a 1920, durante el gobierno de Venustiano Carranza, viajó a Colombia y a Venezuela como líder de la Federación de Estudiantes Mexicanos. Al regresar rindió un informe, se pronunció ante el dictador de Venezuela Juan Vicente Gómez y ahí se dio a conocer entre los intelectuales. Vasconcelos se enteró de su potencial, lo contactó  y le dio trabajo en la Universidad Nacional como su secretario.

   Se integró al grupo Los contemporáneos, grupo que iba en contra de todo aquello que hablara de lo puramente local y que no presta atención a lo universal. Pellicer dejó claro que es un poeta innovador cuando se publican sus poemas Colores en el mar en 1921. Ése mismo año recorrió América del Sur junto a Vasconcelos y se impregnó de lo bolivariano, lo cual llegó a ser material para sus futuros poemas.

   Se convirtió en profesor de poesía moderna en la UNAM, y director del departamento de Bellas Artes. Organizó Museos y escribió para las revistas: Falange (1922-1923) y Ulises (1927-1928).  En su camino, intentó formar parte del Teatro, y en el primer ciclo del Teatro Orientación, Pellicer toma un texto, lo estudió, ensayó junto a sus compañeros y al presentarse en escena se dio cuenta de que ese camino no habría qué recorrerse, ya que para él estaba escrito otro destino.

   Se marchó a París becado para estudiar museografía en La Soborna y a su regreso apoyó la candidatura de su amigo José Vasconcelos. Pero ser vasconcelista le acarreó enemigos. Fue encarcelado por motivos que como siempre, nunca son claros, son más bien producto de su labor política y  sabemos muy bien cómo se disfrazan muchas de las pasiones políticas. Sin embargo,  no se queda solo,  sus amigos y familia logran conseguir su libertad.

   Ejerció el magisterio durante 20 años, desde 1931 hasta 1950, al término de esta etapa docente, se retiró para ejercer su otra pasión, la de museógrafo y esa labor la desempeñó con éxito y amor.
Imagen: Literatura mexicana del siglo XX


   Sin embargo, durante su magisterio, se convirtió en maestro de vida para muchos estudiantes y esa es una huella que  jamás se puede borrar de los corazones. Sus discípulos quienes  dieron testimonio de cómo los introducía en sus clases al estudio de Grecia y de cómo esta cultura occidental influyó en México. Caminó junto a ellos por lugares históricos y museos y para sus alumnos no existía nadie mejor que él para hablar sobre la historia de México, la Universal o Literatura castellana. Su capacidad de estudio y de aprendizaje también se vio reflejada en los testimonios de amigos, como los que tanto contó el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.

   Pellicer profesaba una fe franciscana que plasmó en su poesía y vida. Pero, no se trata del producto de una creación religiosa que se cierre ante la vida. Su poesía es universal. Él canta a la soledad, vida, naturaleza, colores y al amado. A ese niño sin nombre en forma de sensaciones y de imágenes bellas.

  Como es sabido,  la pobreza estuvo junto a él toda su vida y renegó de que sus padres lo apoyaran para pagar el tranvía. También, de que no tuvo casa, que en un cajón guardaba lo esencial y que utilizó como dormitorio la parte de debajo de las escaleras de los museos que dirigía. Eso era lo suficiente para él… ¿cómo no he de entenderlo?

Murió el 16 de febrero de 1977 en la Ciudad de México. Carlos Pellicer otorgó en vida la mayor riqueza al alumno:  lo que había aprendido. Se empeñó en transformar a sujetos en seres humanos y de paso, legó su poesía de vida.




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