“Quien
haya espiado por las cerraduras
quien
haya andado a gatas bajo la mesa del comedor
quien
haya desvestido poco a poco a un ser amado
quien
haya quitado la venda de unos ojos
quien
haya tapado con la sábana a un muerto
quien
haya jugado al escondite atrás de las cortinas
quien
haya escuchado atrás de la puerta una conversación
quien
haya escondido una fotografía en un libro
una
flor en un cajón
quien
haya sido traicionado por sus propias palabras
quien
haya recibido una llamada largamente inesperada
quien
haya escuchado una declaración de amor
quien
haya prendido la luz en medio de la noche
sabe
lo que el telón esconde”
Telón, de Carmen Villoro.
A través de nuestra existencia hemos jugado o
representado a un amigo, un vecino gruñón, una pícara situación o simplemente
imitamos la voz chillona y característica de un familiar. Este juego o
representación tiene una gran variedad de matices, calidades de movimiento y
distintas velocidades que hacen los relatos sean tan vívidos y creíbles -aun
cuando en ciertas ocasiones la exageración sea manifiesta- y que van
encaminados a un cúmulo de información que se recrean en un tiempo determinado.
Con ello, pareciera que estoy describiendo el quehacer teatral, por lo que el
hecho escénico está intrínsecamente ligado a estas habilidades, desde una
óptica del director y/o a través de quien lo interpreta.
No sabría decir si nosotros escogimos al
teatro como nuestra forma de vida, si la vida nos escogió para teatralizarnos,
o simplemente vamos por la vida en una eterna puesta teatral. Para el
iluminador, cada rayo de luz que ve en su cotidiano andar, es detonante para
resaltar el sentimiento en una escena; los obstáculos y retos al entrar a un
mercado sirven de guía e investigación para las actrices y actores a fin de
conseguir la interpretación perfecta del personaje; las texturas y matices de
los edificios provocan al escenógrafo la serie de niveles y propuestas que
enmarcarán la obra; la vista hacia la calle desde un balcón es un referente del
director para encontrar el ángulo y tiempo en que se desarrollará la obra.
Como creativos, todos los días en nuestro
trajinar cotidiano, recibimos información que codificamos hacia nuestra labor:
la estudiamos, la agrandamos, la decantamos, para después ponerla en un listado
de provocaciones para la escena. Y ya puestas, podemos desecharlas y volver a
empezar. Per secula seculorum.
El proceso creativo se vuelve una vida
paralela, donde nuestro cerebro nunca termina de descansar. Siempre estamos en
que dicho objeto, frase o material nos servirá en una obra que aún no tenemos
en mente, que será parte de una de las tantas obras que estaré haciendo pero
que puede venir en cualquier momento, por eso, hay que estar preparados.
“Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”, decía Pablo
Picasso.
Un día no basta para celebrar el Día Mundial
del Teatro. Todos los días son un festejo, pero sin enmarcarlo en el
calendario, sin las flores y felicitaciones por tal propósito, sin los saludos
y abrazos de quien reconocen tu trabajo escénico. Diariamente el teatro nos ha
convertido en consumidores de la vida para representarla y tratar de detener el
tiempo o por lo menos alargarla y hacerla más llevadera.
Larga vida al teatro, porque ello nos alargará
la vida.
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