Tenemos derecho a nombrar el mundo desde nuestro cuerpo. Por Alfonso Castro.

 


 Un nombre es lo que nos define, tratamos de entender el mundo a través de ese sujeto sin ni siquiera entender las categorías que nos ofrecen. Muchos me han dicho que no es correcto cambiarlo, que mis padres así lo decidieron y por ende debo aceptarlo.

 Algún día todo será femenino, porque tengo y tenemos derecho a nombrar el mundo a través de nuestros cuerpos. Algún día me llamaré Lourdes, Melina, Yolanda, María, Victoria, y cuando eso suceda mi cuerpo será otro, mi cuerpo que grita al enfrentarse al espejo cada mañana y se restriega en la cara la vergüenza de no poder enfrentar a la gente que la juzga. Mi cuerpo y mi cara, mi cuerpo y mi barba, mi cuerpo y mis huevos, mi cuerpo y mis pechos.

 Cuando era niño pensaba que era cuestión de estética, veía los cuerpos redondos de las mujeres que deambulaban por la casa, vestidas y desvestidas, limpiando, trapeando, recogiendo, sirviendo, curando, sanando, abrazando, llorando, y siempre percibí el mundo desde lo femenino, desde la voz de mi madre, de mi hermana, de mi abuela, de mi amiga.

 Alfonso es el nombre, es el que me dieron al nacer, siempre me enfrento a él, a esos demonios del pasado y a ese nombre de hombre que carga con el peso de una familia violentada y abandonada. Su nombre era Alfonso, era güero, mujeriego, golpeador, machista, engreído y guapo. Mi nombre es Alfonso y soy prieto, maricón, afeminado y feo.

 Cuando Alfonso se enteró de que Alfonso era maricón corrió tras él intentando evitar a toda costa que su nombre se manchará, a él lo conocían como el güero Castro y a mí como el latino maricón. Su nombre que ya no es mi nombre grita por el encierro, corrí de Alfonso para recibir el abrazo de Melina, Yolanda, María, Victoria y Lourdes.

 Ese día, aquel día, días como hoy, días como ayer decidí arrancarme ese nombre, ese nombre cuyo pasado pesa, pesa en la memoria y en la familia. Decidí aquel día arrancarme los huevos y restregarle en la cara que su nombre ya no tendrá hombre, porque no se trata de ser maricón, se trata de que del apellido trascienda y su nombre que es mi nombre pueda conquistar el mundo. Decidí junto mi abuela, madre y hermana que esto tiene que parar y que el mundo, mi mundo sea nombrado desde lo femenino, sea conquistado desde la voz materna, esa voz que tanto quiso callar a golpes mi abuelo Alfonso Castro, el güero Castro. Ahora que está viejo quiere escuchar la voz de la madre, de la hermana, de la hija, de la nieta, de la amante. Ahora que esta viejo pide auxilio con palabras de perdón a la memoria femenina de las Castro.

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