Réquiem. Por Tadeo de León


 Para ustedes. Para que no olviden como de vivir.

La luz del sol no solo te despabila.

Cada mañana al darte la luz del sol en la cara, estirar tu cuerpo y quedarte unos segundos asimilando que un día nuevo empieza, en ocasiones puede resultar tedioso, solo te queda: despertar, ir al trabajo y regresar a descansar. Para que al día siguiente vuelvas a despertar, ir al trabajo y regresar a descansar. Y así todos los días, hasta que el sol no te salga más. Así se puede perder un poco el sentido de la vida.

En estos momentos, vienen a mi pensamiento imágenes, fotografías de la memoria.

Recuerdo aquel día en que me encontraba en el columpio, acababa de hacer llorar a un niño al despojarlo del juego con un “ligero” empujón que lo hizo caer en un charco con lodo. No es que lo hiciera por maldad, pensé que se lo tomaría a juego y no fue así. Su mamá se lo llevo de regreso a su casa, supongo, después de echarme una pesada mirada de coraje. Y me quedé ahí, pensando si había hecho mal. Al regresar a mi casa se lo conté a mi abuela y me dijo que cada noche antes de dormir podía reflexionar sobre mis actos hechos en el día, para ver que podía cambiar en mí al día siguiente. Y así lo hice por el resto de mis días.

Entonces… la luz del sol no solo te despabila, también simboliza un nuevo comienzo, una oportunidad para ser mejor que el día anterior.

¡Ay, el columpio! Ese recuerdo sí que me hizo suspirar. Ese columpio se ha quedado en el olvido. Me veo corriendo junto a mis amigos para alcanzar a ganar un lugar en los “sube y baja”, después pasamos de jugar carreras en el resbaladero a cruzar el pasamanos imaginando que si caigo me comen los cocodrilos o a ver quién llega más alto en los columpios. ¡Qué divertido era salir a jugar al parque por las tardes! También estaban los que jugaban futbol en las canchas, quienes paseaban en bicicletas en sus respectivos carriles o aquellos que hacían competencia trotando en el mismo lugar. No faltaban las rodillas raspadas. Y en las bancas, los abuelos alimentando a las palomas o los enamorados. Con el paso de los días, el parque se fue vaciando. Los abuelos ya no iban y las palomas dejaron de ir; los enamorados se casaron y vivieron su vida de adultos; los niños crecieron y el cambio de los tiempos, los hizo enfocarse en otro tipo de aparatos y ya no en los juegos. Las hierbas crecieron e invadieron el parque y los juegos se oxidaron. La humanidad se olvidó de jugar por las tardes.

Por aquellos días, en mi casa ponían la radio. Recuerdo aquella canción clásica que años después conocí su nombre. Era Claro de luna, de Beethoven. El sonido del piano me envolvía. Así que comencé a tomar clases de piano, pensando en algún día tocar esa canción.

¿Qué no podría decirles yo de la música? La música es el alimento del alma. Para cuando estés feliz o te ponga triste alguna situación, ella siempre te reanimara. La vida misma es música. Y aprender a tocarla, es como aprender a vivir.

Cuando vas aprendiendo a tocar un instrumento estás expuesto a todo tipo de errores e intentas una y otra vez la misma nota, hasta que no suene como debe sonar. Así con el paso de los días intentamos alcanzar nuestras metas, sin miedo a cometer errores y aprender de ellos.

También recuerdo el juego de ajedrez que acompañaba con una taza de café, los fines de semana. Se ve sencillo cuando se ve a uno jugar, pero se necesita de mucha experiencia salir victorioso. ¡Miren! ¡Qué parecido es a la vida! ¿Verdad? La vida es como una partida de ajedrez, hay que saber que piezas mover, para llegar al jaque mate.

La música y el ajedrez, mis dos más grandes gustos, se asemejan tanto a la vida.

Ahora me doy cuenta de que no tengo pluma y papel mientras escribo esta carta. Puedo ver mis recuerdos pasar frente a mí y de ellos me he valido para hablarles un poco de mi experiencia de vivir. Entonces, todo está en mi pensamiento. ¡Vaya que sorpresa! Es un réquiem.

¡Es mi réquiem!

Estoy en la cama de un hospital, con unas máquinas que me facilitan la respiración y me inyectan el medicamento que necesitaba para sobrevivir, pero ya no funciona este método para salvar mi vida, pues estoy agonizando. Sin tan solo hubiera dicho todo antes de llegar a estos momentos, la vida de quien me escuchara habría cambiado, aunque sea un poco.

Suenan las últimas notas del réquiem y con ellas exhalo un último suspiro.


Licencia Creative Commons

Publicar un comentario

0 Comentarios