Por Aarón Coré
El día de hoy recordé cuando de niño chocaba dos piedras grises, ovaladas y
de superficie liza encontradas en el río. En medio del silencio escuchaba el sonido
emitido por el golpeteo entre ambas. Jugaba con el ritmo y el volumen
hasta terminar golpeándome los dedos.
Esta mañana me sumergí en la lectura de El mundo en el oído. El
nacimiento de la música en la cultura, de Ramón Andrés, musicólogo y gran
lector español. A él, lo escuché por primera vez en la temporada decembrina del
año pasado gracias a una entrevista realizada por Aprendamos juntos,
2030 de BBVA. Me pareció interesante la revelación de algo que jamás me
detuve a reflexionar: la historia del sonido en nuestras vidas.
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En una de sus páginas, el musicólogo
utilizó la palabra retrotraer para volver a la Edad de Piedra y mencionar que “está
comprobado el uso de litófonos”. Y también
me vi obligado a hacerlo, pero, con la única finalidad de mirar y comprender la
cronología del Pleistoceno. Así, volví al capítulo Paleolítico, de Historia
social de la literatura y el arte, de Arnold Hauser, a quien he bautizado
como mi historiador social de cabecera.
Al retrotraerse, el autor me ayudó a
enlazar el sonido con la historia del arte paleolítico, donde “los pintores
eran capaces todavía de ver, simplemente con los ojos, matices delicados”. Es
decir, el sistema sensorial de la humanidad como principal motor en los
orígenes del arte. Muy seguramente, el sonido jugó un papel importante en el
sorprendente naturalismo que se encuentra plasmado en La Cueva de Altamira.
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Foto: Fundación Caja Cantabria |
Leer a Ramón Andrés es abordar los orígenes de la música. Además, es alimentarme
un poquito sobre la cultura y de cómo el desarrollo humano va acompañado del sonido.
No recuerdo si en mi infancia volví a
intentar hacer música después de golpear mis dedos con las piedras del río. Pero,
he descubierto que el sonido se quedó en mi recuerdo, en la maravilla de la memoria
sensorial.
¡Gracias por tanto!
Por Aarón Coré
¡Feliz 2024!
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