Tic… tac… Por Tadeo de León.

Tic… tac… tic… tac… “Vive cada día como si fuera el último”. Jamás me había tomado tan en serio esta frase. Les contaré como fue que pasó de ser un dicho a ser mi motivación para despertar cada mañana.

Tic… tac… tic… tac… Seré breve, porque el tiempo se me viene encima. El tiempo se me pasa rápido, tan rápido que los días empiezan a tener menos horas o al menos así me parece.

  En un cuarto de hospital, no importa donde, no importa la hora ni la fecha, se escucha el llanto de un recién nacido después que le dan una palmada para comprobar sus signos vitales. La madre lo recibe en sus brazos con lágrimas en los ojos y en un parpadear visualiza toda una vida con su pequeño o pequeña (tampoco importa el sexo) Tic… tac… tic… los días, las semanas, los meses y los años avanzan. Cuando uno se da cuenta ya tiene que tomar sus propias decisiones. Y entonces te has encariñado con la mitad de tu mundo y la mitad de tu mundo se ha encariñado contigo.

Cada año que empieza fijas tus propósitos: comer más saludable, despertarte y salir a correr por las mañanas, viajar, ahorrar para tu futuro. ¡Este año sí que me compro el carro! ¡Presiento que me irá mucho mejor que el año pasado! Entonces el año empieza… ¡Zas! Sucede lo inevitable.

Un día, como cualquier otro, desperté sintiéndome con un dolor de cabeza y pensando que era normal, tomé el medicamento para aliviar el síntoma, lo cual me funcionó. Tic… tac… tic… los días fueron pasando y aparecieron síntomas cada vez con más fuerza. Uno siempre cree que es normal, producto del cansancio y el estrés diario. Así que no va a chequeo con el médico.

Una noche esperando el metro, se me acercó un hombre de avanzada edad, y me dijo:

- Que rápido se le pasa a uno el tiempo.

- Sí. Muy rápido. – dije con extrañeza al hablar con un desconocido.

- Usted es joven, y yo ya voy de salida. Me gustaría tener su tiempo para poder aprovecharlo y vivirlo lo mejor que pueda. Sí me permite, le aconsejo que nunca deje nada pendiente, porque cuando se acerca el final nos arrepentimos de lo que no hicimos más que de lo que hicimos.

Gracias por el consejo - sonreí, se había ganado un poco de mi confianza.

- Por eso usted haga lo que tenga que hacer para estar bien y no se vaya a arrepentir de no haber hecho nada cuando ya sea demasiado tarde. La vida solo es una. – el metro venía en ese momento – viene el metro, yo no me subo. Espero al siguiente.

- Yo sí me voy, ya está oscuro afuera. Muchas gracias por el consejo, lo tomaré en cuenta. Que pase bonita noche.

  Seguí con mi vida, saliendo con amigos a fiestas, desvelándome, de viaje… pero siempre había un malestar en mi organismo. Así que se tornó sospechoso con el tiempo y recordando las palabras de aquel hombre, decidí ir al médico.

  Hoy estoy aquí en el hospital. He venido ya tantas a veces a chequeos de rutina y hoy, ya no vengo a consulta, solamente a recoger resultados. Miro los rostros que hay a mi alrededor e imagino cuál será el motivo que los trajo hasta aquí. Una mujer con un bebe en brazos que no deja de llorar; un hombre viejo y canoso, esperando pacientemente; una mujer con un paño en la cabeza, que huele un algodón con alcohol, de vez en cuando; y yo aquí, en una silla en la sala de espera, con los audífonos puestos escuchando “Claro de luna” de Beethoven. Tic … tac… Esperando. Tic… tac… Tronándome los dedos una y otra vez. Viendo a las personas de mi alrededor sin verlas. Siento como late mi corazón y la presión de los nervios en mis venas. De pronto, alguien tocó mi hombro y era el señor canoso, dijo mi nombre en forma de pregunta y asentí, miré hacia la puerta del consultorio y ahí estaba la doctora mirándome atentamente. Me invitó a pasar y cerró la puerta tras de mí.

- Aquí tiene - me dio un sobre.

  Lo tomé y las manos me temblaban. Sentía el ritmo acelerado de mi corazón, contrario a las gotas de sudor que en mi frente resbalaban a un ritmo lento. Lo abrí despacio para leer el resultado… mi mente se quedó en blanco y el tiempo se detuvo. Cómo poder decirle a tu madre que imaginó una vida contigo o a aquella mitad del mundo que se ha encariñado contigo y que te has encariñado con ellos, que posiblemente tu tiempo vital se ha convertido en un reloj de arena y no sabes cuantos granitos faltan para que caiga el último. La doctora me miraba y yo miraba al suelo. El llanto se soltó por sí solo, y ella, desde detrás del escritorio, me tomo las manos. Levante la cabeza y asentí aceptando el resultado. Tic…


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